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Apostasía en la Iglesia Adventista

La iglesia desde el principio
(El teatro de la gracia - parte II)

Aquí está una asombrosa cita que realmente magni­fica esta verdad:

"Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. Los miem­bros de la iglesia, los que han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, han de revelar su gloria. La iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo; y mediante la iglesia se manifestará con el tiempo, aun a 'los principados y potestades en los lugares celestiales' (Efe. 3: 10), el despliegue final y pleno del amor de Dios" (Hechos de los apóstoles pág. 9).

¡Increíble!

No pierda ni una sola línea de esta declaración. Dios tiene un "plan". No es nuevo. No se le ocurrió en los últimos milenios. El siempre ha tenido este plan, "desde el principio". El gran propósito de este plan es revelar la "plenitud y suficiencia" de su carácter, para "mostrar su gloria", para manifestar a este mundo y a los mundos no caídos "el despliegue final y pleno" de su amor. Luego viene la parte más admirable de todo. Es a "tra­vés de la iglesia" que Dios, "con el tiempo" se propone manifestar esta grande y gloriosa tarea.

Después de estudiar más descubrí que Pablo analiza este tema con detalles. (Fue emocionante encontrar estas percepciones en el espíritu de profecía, pero fue aún más iluminador descubrirlas en las Santas Es­crituras.) Siga el inspirado razonamiento mientras él bosqueja el tema en su epístola a los Efesios.

En el capítulo uno, versos cuatro y cinco, el apóstol nos informa que Dios "nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predesti­nado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad".

Estas palabras describen un divino propósito pre­establecido, una agenda pre-planeada para los redimi­dos. Antes que este mundo fuera creado, sin duda antes que Lucifer se rebelara, la presciencia divina con-templó la gran controversia que surgiría entre el bien y el mal. En su corazón infinitamente sabio y amante, el Señor diseñó un plan por medio del cual lograría ven­cer el mal -un plan que implicaría a su Hijo celestial, Jesucristo, y sus hijos terrenales, la iglesia.

Los seres humanos, caídos pero redimidos, serían "escogidos", no por lo que son ellos mismos, sino por lo que llegarían a ser en Cristo. No en temor. No en orgu­llo espiritual. Ni siquiera con una sensación de deber de hacer lo recto porque es correcto. Sino única y exclusi­vamente en amor.

La santidad aparte del amor es semejante al fariseís­mo (la palabra griega para fariseo significa separatista). La persona que busca la santidad sin la influencia actuante y subyugadora del amor de Dios termina sien­do desquiciada y miserable. Alguien que, enfurecida contra sí misma por sus fracasos, actúa con maldad contra otros en un inconsciente esfuerzo por compen­sar su sentido personal de incapacidad para alcanzar la norma. Dios no está interesado en que su pueblo luche por conformarse con una mera semejanza exterior con la santidad. Esa es la más desafortunada fórmula para propiciar el desastre espiritual. Dios desea que noso­tros lleguemos a amarle y adorarle a través de la influencia del Calvario, y a través de esa experiencia vivir vidas santas con un propósito más elevado que simplemente asegurar la salvación personal. Sólo a la luz de la cruz se forma la verdadera santidad en el cre­yente. Y es a este tipo de santidad al cual Pablo dirige nuestra atención. El espera que de la matriz de la san­tidad motivada por el amor surja algo grande en el uni­verso.

En el siguiente verso Pablo dice que el plan que Dios .ha diseñado realizará "la alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el amado" (vers. 6). La manifestación de la gracia divina hacia los peca­dores manifestará su carácter con una belleza sin pre­cedentes; ésta ganará, por la virtud triunfante de esa gracia, gloria y alabanza sin precedentes. Mediante la aceptación de los pecadores a través de la gracia dé Cristo, y al crear en ellos un amor que se manifieste en santidad, la gracia divina intenta demostrar que es digna de eterna adoración y lealtad.

En Efesios capítulo uno, Pablo desarrolla su tema en una verdad que impactará a todo el universo: "En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dán­donos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en "la tierra. En él así mismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados confor­me al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para ala­banza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo (Efe. 1:7-12).

Sigue el razonamiento de Pablo:

· Como una rica manifestación de su gracia, Dios nos ha perdonado a través de la sangre de Cristo (vers. 7). .
· Esta respuesta a nuestra rebelión (la manifesta­ción de su gracia) fue un ejercicio de sabiduría y prudencia de parte de Dios (vers. .

¿En qué sentido?
· Porque (aquí está el meollo del asunto) la revela­ción de la gracia divina en Cristo ganaría la eter­na lealtad de la creación inteligente, tanto en el cielo como en la tierra (vers. 10).
· La humanidad redimida llegaría a ser un medio de alabanza y gloria para Dios por medio de las cua­les aseguraría la armonía universal. del reino (vers. 12).

La gran controversia entre el bien y el mal comenzó con las acusaciones de Lucifer contra el carác­ter y gobierno de Dios. Por lo tanto, la forma en que Dios se relaciona con la rebelión es crucial. Imagine cuál habría sido la respuesta del universo observador, si Dios simplemente hubiera destruido al hombre en el momento que se confederó con Satanás, La sabiduría y la prudencia dictaron una respuesta mucho más ilumi­nadora y estabilizadora. Dios ejercería más bien una amante misericordia en vez de ejecutar la justicia rápi­damente. Oh sí, la justicia vendría, pero sólo después que los verdaderos caracteres de Dios y de Satanás quedaran en claro contraste. Al revelar amor y acepta­ción hacia nosotros, el Señor ganaría nuestra lealtad y demostraría ante las inteligencias celestiales que él es, en verdad, un Dios de amor sin límites. Al responder con gracia al problema del pecado, Dios se ganaría la lealtad universal que merece. "Todas las cosas -dice Pablo-, en el cielo y en la tierra", se unirían en un reino -de paz, bajo el gobierno justo de Jehová.

En el versículo 18, el apóstol enfatiza de nuevo el propósito final del plan de Dios: "para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos", Dios nos llama a la redención por un objetivo más grande y más significativo que el de solamente asegurar nuestra vida eterna. Su encomienda a los pecadores que son salvados por gracia es para que nos convirtamos en canales a través de los cuales él pudiera recibir su rica herencia de gloria. Pablo dice que "en los santos" Dios heredará gloria por virtud de lo que su gracia realiza en ellos. A pesar de la importancia que tiene nuestra sal­vación para nosotros y para Dios, el cuadro mayor reve­la que la forma en que Dios nos salva logra la estabili­dad de su reino y la vindicación de su carácter,

El capítulo uno de Efesios concluye con una visión ampliada de los santos, como un cuerpo con muchos miembros, a través de los cuales se manifestará, con el tiempo, la completa plenitud de Cristo: "Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cuales su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (vers. 22, 23).

Cristo, por virtud de su condición de Salvador, ha ganado el dominio eterno de todo el universo. El Padre ha puesto todas las cosas bajo su potestad. Una rela­ción especial y significativa se ha establecido entre Cristo y la iglesia. Cristo es la cabeza. La iglesia es el cuerpo. La metáfora del cuerpo y la cabeza tiene el pro­pósito de ilustrar la unión vital que debe existir entre Cristo Y su pueblo. La cabeza, o mente, es el poder inte­ligente que gobierna en la experiencia humana. El cuer­po es el medio a través del cual la mente halla su expre­sión. La iglesia debe ser como un cuerpo mediante el cual Cristo pueda revelar su propia gloria y realizar su propia voluntad.

Finalmente, de acuerdo con Pablo, la iglesia ha de llegar a ser un canal mediante el cual se revele "la ple­nitud" de Cristo. La palabra griega para plenitud (plero­na) en este texto significa consumación en un sentido complementario o suplementario; como algo que llena, completa o suplementa algo más. La idea que Pablo trata de presentar es que la iglesia constituye una fuen­te suplementaria de gloria para Cristo. Cristo, como la cabeza, se mueve en y a través de la iglesia, para expo­ner la medida completa de su gloria.

La iglesia no tiene gloria intrínseca en sí misma mediante la cual pueda ofrecerle a Cristo algo de lo que él carezca. Cristo, por sí mismo, es Aquel que llena "todo en todo", Él es la suma total de toda la gloria en todas las cosas. Por lo tanto, la iglesia no es la manu­facturera de esa gloria por la cual Cristo es exaltado. Sino más bien, la iglesia es el medio a través del cual Cristo, la fuente de toda gloria, decide exhibir esa gloria. Él depende de la iglesia para esa gloria por elección, antes que por necesidad. Esta verdad destaca nuestro gran privilegio, no su necesidad. Él nos ha elegido, no porque nos necesite, sino porque nos ama y nos desea.

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- Ty Gibson, es director asociado de Light Bearers Ministry que tiene sus oficinas en el noreste de Washington.
- Autor del valiosísimo libro: “Si hay apostasía en la iglesia, ¿Debemos abandonar el Barco?”
 
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